La exitosa temporada del Betis que recién ha terminado tuvo un punto de inflexión y un inesperado nombre que lo señala: Aitor Ruibal. Aunque los resultados vistosos llegaran después, fue el día del Osasuna-Betis, en el que ese jugador comenzó su presencia habitual como titular, cuando Pellegrini pegó un volantazo a la estructura de su equipo simbolizado en el canterano. Para entender lo sucedido tendremos que remontarnos, precisamente ahora por última vez, a un par de temporadas atrás.
Y es que la base de la actual plantilla del Betis sigue siendo la de hace dos temporadas, y el entrenador de entonces, Setién, advirtió a su marcha de que "habría que empezar desde cero". ¿Por qué? Porque para su modelo de juego, muy extremo, reunió a una plantilla diseñada ad hoc: jugadores de muy buen manejo de balón pero de físico limitado, que facilitarían largas posesiones de balón y al tiempo las necesitarían imperiosamente para tener éxito. En particular, ese equipo apenas prestaba atención a la defensa posicional y tenía en general problemas defensivos: encajaba mucho. Setién dio con la fórmula: a las posesiones largas sumó la defensa de tres centrales, y le llegó el éxito.
Cuando Rubi aterrizó en Sevilla, se hizo cargo de esa plantilla con apenas leves retoques, soltó la famosa frase "se acabó lo de jugar para atrás" y decidió jugar con defensa de cuatro demostró no haber entendido nada. El catalán deshacía en una semana lo construido en dos años, eliminaba gratuitamente las dos barreras de protección del equipo (las posesiones largas, que le permitían presionar en campo rival en ventaja, y la defensa de tres centrales y dos carrileros, que metía físico) y firmaba la condena de su equipo: los William, Joaquín, Guardado, Sidnei... eran incapaces por naturaleza de jugar a lo que su míster proponía, pese a la entrega incondicional de la plantilla a la causa. Mediada la temporada, consciente de ambos problemas, se inventó a Edgar como mediocentro defensivo para blindar a su línea de cuatro, fichó a Guido y viró a un modelo de juego menos vertical y alocado, de mayor control; mejoró, y no poco, pero era demasiado tarde.
El extraño verano del 2020 apenas permitió a Pellegrini y Cordón retocar a su plantilla, pero lo poco venido, y en particular Víctor Ruiz y Ruibal, señalaba la dirección de hacer una plantilla más convencional, con mejor físico y capaz de explorar modelos de juego más mainstream. Pese a ello Pellegrini, tenido por técnico amante del buen trato de balón, comenzó la temporada con una alineación bastante posesionalista, con los Mandi, Bartra, Carvalho, Joaquín y Canales sobre el campo. La cosa funcionó mal: sin el extremo cuidado (y riesgo) en la salida de balón de tiempos de Setién, Pellegrini logró cuotas de posesión solo aceptables; con más edad en algunos jugadores y menos carácter en otros, el equipo se despeñó, incluso anímicamente, al primer contratiempo, concretado en la baja de Canales. Ante el Eibar (0-2) tocó fondo.
Fue entonces cuando Pellegrini se dijo aquello de "si con estos no, será con otros" y, sin tocar el esquema, llevó a Pamplona una alineación coherente con lo que necesitaba su modelo de juego. Si las posesiones ya no iban a ser largas, si el juego iba a ser dinámico y de ritmo alto, necesitaría físico para soportar largas fases de defensa posicional y para llegar a las segundas jugadas; le iría mejor con jugadores que se desmarcasen al espacio, y con defensas que guardasen la posición y cerrasen los centros laterales. Desde Pamplona y en los partidos siguientes empezaron a aparecer por las alineaciones los Ruibal, Ruiz, Miranda o Lainez, a costa de Joaquín, Tello, Bartra o Carvalho. El equipo más goleado de España cambiaba de cara y, sin perder cierta ambición ofensiva, encontraba la clave defensiva en un bloque a media altura: un 4-4-2 de líneas muy juntas, esfuerzo colectivo solidario, defensa adelantada, delanteros que eligen bien el momento de presionar, ayudas constantes y mucho esfuerzo para ayudar al compañero desde posiciones intermedias sin abandonar a su par.
El Betis ya no sufriría sin balón como lo hacía desde 2017, aunque tampoco sometería más al rival a través de la posesión. Año y medio después el Betis dejaba, por fin, de ser una mala copia del de Quique Setién. La vuelta de Canales y la resurrección del Panda harían el resto.