La sofisticada planificación del juego de ataque y, sobre todo, de la colocación ofensiva de los jugadores que da nombre al llamado fútbol de posición hace plantearse la cuestión de si en un juego como el fútbol –tan dinámico y sujeto al azar en cada jugada– realmente merecen la pena tan finas sutilezas, o es mejor dejar el juego ofensivo a la vieja improvisación de los jugadores.
No basta –sin duda– un partido para resolver tal dilema; ni siquiera sabemos si el City de Guardiola, representante máximo del juego posicional, es mejor que el anterior de Pellegrini. Pero si el partido que decidiese el desafío fuese el del pasado sábado en Donostia, daría la razón, sin duda, a los posicionalistas, representados por una Real que practica ese juego –sin mucho ruido mediático– desde hace muchísimos años, frente a un Betis de la vieja escuela que cada día ve más lejanos los tiempos en que se apuntó al carro de la modernidad.
Y es que el Betis de Pellegrini, tal vez consciente de su inferioridad, planteó el partido según los capítulos más reactivos de su libro de estilo, efectivo aunque algo obsoleto. Pellegrini tiene fama de hacer un fútbol bello, propositivo y de buen manejo de pelota, y así es cuando el rival se lo permite; pero su plan pasa casi siempre por mantener un doble pivote sólido, no exponer demasiado en defensa (bloque medio) ni en ataque (pelotazo si le presionan), y aprovechar los robos altos para atacar rápidamente, un libreto que firmaría (aunque lo ejecute mucho peor) el mismísimo Julio Velázquez.
La colocación de su equipo tampoco tiene grandes sutilezas: repitió su plan habitual, un 4-2-3-1 esta vez (Deo gratias) escalonado por dentro, con Fekir en la mediapunta, Canales a la izquierda de Akouokou y Guardado (¡?) como extremo izquierdo convencional. Enfrente el 4-3-3 de la Real daba desde el mismo arranque del partido muestras de, primero, voluntad (y acierto) para sacar el balón jugado ante cualquier intento de presión del Betis:
Monreal resuelve la presión bética cruzando el balón al corazón de su área con su pierna mala
y, segundo, una colocación de precisión y armonía coreográficas, de la que es fácil sacar pantallazos en los que la igualdad de distancias entre sus jugadores era prácticamente perfecta:
Gráfico de equidistancias obtenido por ordenador. Ataque: hacia arriba
Con ese espaciamiento logró someter el 4-4-2 bético (muy evidente en la captura), al montar un eficiente rondo en superioridad de sus cuatro defensas y tres mediocampistas contra los dos puntas y cuatro centrocampistas béticos, y ello pese al sacrificio de estos seis. El Betis por contra rifaba la pelota a la menor presión (con escasa puntería de Joel y menos acierto de Loren para bajar balones) y atacaba de forma un tanto desordenada. El resultado fue un dominio progresivamente más intenso de los locales, según los béticos fueron perdiendo fuelle en su presión desde su bloque medio, y una primera parte de clara superioridad realista, aunque escasas ocasiones.
No queremos decir, quede claro, que este Betis pueda, a día de hoy, hacerlo mucho mejor simplemente con un par de retoques o con la mera voluntad de jugar por abajo: el primer gol de la Real obligó a los béticos a tratar de sacar el balón jugado y de presionar más arriba y el resultado fue media hora desastrosa en la que se pudo recibir una goleada. Solo la suerte libró al Betis de ella y lo llevó a embocar su primera ocasión, una jugada aislada debida solo a la tremenda calidad técnica de Joaquín y Canales. En ese minuto 85 Pellegrini había remendado al Betis (Rodri y Carvalho mediocentros, Joaquín y Tello en bandas, Sanabria y Canales arriba) e Imanol, confiado, había empeorado a su equipo. Una renacida fe bética y el tembleque de piernas de los locales produjo un final de partido en el que el Betis logró varias situaciones de peligro y, finalmente, un injusto empate.
Los comentarios son bienvenidos. En Twitter, @juanramonlara7.