La temporada 2016-17 del Betis merece un suspenso sin paliativos, y solo la fortuna de que hubiese tres equipos muy por debajo del nivel del resto –cosa que, por cierto, no demuestra en sí que la liga española de este año haya sido mejor ni peor que otras, o que la de otras temporadas– ha librado a los béticos del desastre absoluto del descenso. Los números (15º puesto, 10 victorias, 9 empates, 19 derrotas) son desoladores.
Tan horrible rendimiento abre el debate de si responde al nivel real de la plantilla o si por el contrario factores externos o, sobre todo, la pericia de los entrenadores han lastrado las actuaciones del equipo. El asunto es poco menos que indecidible, y por tanto abierto a opiniones. La nuestra –tal vez arrastrada por el inevitable optimismo de cualquier aficionado al fútbol– es que el equipo daba para más, pese a haber sido muy mejorable el trabajo del director deportivo, y que mucha culpa ha de caer sobre los hombros de Poyet y Víctor, los entrenadores. Veamos sus etapas.
El Betis de Poyet
Solo duró once jornadas el uruguayo Poyet en el banquillo bético, aunque una larga pretemporada y una plantilla confeccionada a su gusto lo hacen responsable de mucho más que de ese cuarto largo de temporada.
La dirección deportiva bética había sido (un año más) renovada y se había fichado (un año más) un número desmesurado de jugadores, con manifiesto exceso de ciertas tipologías, como la del interior corretón; el plan de juego de Poyet, a cuyas necesidades el director deportivo Torrecilla se plegó excesivamente, explicaría en parte semejante inflación.
El entrenador uruguayo vino demasiado britanizado en lo futbolístico y en lo personal; carente de esa hipocresía tan necesaria en Sevilla que se suele manifestar en semanales elogios a la mejor afición del mundo, su escasa diplomacia y su libreto futbolístico anticuado acabaron por defenestrarlo tras muchos partidos malos, pocos buenos y un par de vergüenzas ante los grandes de LaLiga. Poyet traía un plan de juego rígido y de otra época: su equipo pretendía dominar el partido al estilo de la Premier, esto es, imponiendo un ritmo de juego muy alto a costa de una presión agotadora en todo el campo. Esa presión es efectiva cuando se ha encerrado pacientemente al rival gracias a un fútbol de toque –y de hecho esa es una idea básica del fútbol de posición que esperamos ver con Setién–, pero sin esa condición suele ser muy arriesgada y agotadora. El Betis de Poyet solo pudo sostenerla gracias a una buena preparación física y a la presencia de jugadores de mucho fondo, del perfil antes citado (Petros, Brasanac, Jonas...), pero en demasiadas ocasiones acabó en desastre (2-6 ante el Madrid) o con el equipo defendiendo por amontonamiento muy cerca de su área cuando esa presión ya no era sostenible; el Betis nunca trató bien el balón y su pretendido alto ritmo de juego solo se traducía en falta de control de los partidos.
El segundo error de Poyet (desde nuestro punto de vista) fue enrocarse en un esquema preestablecido antes de conocer a su plantilla: un 4-3-3 que se adaptaba mal al juego de su estrella, Rubén Castro. Exiliado las más veces en una banda, lo que en encuentros de posesión baja lo hizo jugar a setenta metros de la puerta rival, el canario enchufó cuatro goles en las tres primeras jornadas y seguidamente se difuminó hasta desaparecer. Sin sus goles, clave del Betis del último lustro, el equipo fue empalmando derrotas y decepciones.
Es inevitable citar el tercer gran error de Poyet: la condena al ostracismo de Ceballos. El canterano había hecho una excelente pretemporada y no solo tenía encaje perfecto como interior en el 4-3-3 sino que su fútbol habría ayudado a alargar las posesiones béticas, algo importantísimo en el juego que se intentaba y que pudo haber tornado hacia el éxito la propuesta del entrenador. Tal vez se debiese a cuestiones de vestuario que no hayan trascendido, o tal vez a una fidelidad mal entendida hacia el director deportivo que recomendase a Poyet dar una oportunidad por delante del canterano a los fichajes de ese verano, competidores por el mismo puesto (Jonas, Brasanac, Gutiérrez); error sobre error, el caso es que Ceballos acabó en el banquillo o incluso en la grada, situación que asumió con sorprendente resignación (al menos de puertas afuera). Si fue una cura de humildad, eso sí, bien le vino.
El Betis de Víctor Sánchez del Amo
Exsegundo entrenador de Míchel y exentrenador del Dépor, Víctor llegó con cierta fama de técnico innovador y puesto al día en cuestiones tácticas. Pronto la justificó con su esquema: implantó una defensa de cinco que no se veía con continuidad por Heliópolis desde hacía décadas –cosas de las modas: hoy vuelve, de la mano de Conte, el Chelsea y la Juventus–. Con esa novedad Víctor corrigió de una tacada muchos problemas tácticos, algunos arriba vistos:
1. Palió la debilidad defensiva, antes que nada por número de efectivos.
2. Halló posiciones más adecuadas para sus hombres de atrás, pues sus laterales, Durmisi y Piccini, cumplían de sobra en ataque pero pasaban problemas serios en defensa con línea de cuatro, y algún zaguero como Mandi –luego el de Tosca sería un caso similar– tenía un tipo intermedio entre central y lateral que no acababa de encajar en la defensa de cuatro, pero sí, y muy bien, en el puesto de central de flanco.
3. Acabó de un plumazo con la necesidad de extremos puros, escasos en la plantilla pero además decepcionantes –Joaquín ya no tiene velocidad para rendir al cien por cien ahí, Musonda, caso misterioso el suyo, empezaba a tener la cabeza en otra parte, y con Cejudo y Nahuel apenas se contó–.
4. Al meter más gente alta –tres centrales e incluso Donk como mediocentro–, y con trabajo de entrenamiento, mejoró a balón parado, aunque esta mejora, como otras, se fue diluyendo con el paso de los partidos.
5. Solucionó limpiamente el problema del encaje de Rubén Castro: el Betis podría jugar con dos delanteros, de modo que Rubén lo haría en punta sin que por ello el equipo perdiese la salida en largo que daba un Sanabria o, sobre todo, Alegría.
La segunda corrección fue la inmediata readmisión de Ceballos, que progresivamente mejoró su rendimiento (siempre muy superior al de los Jonas, Felipe o Brasanac) hasta brillar espectacularmente en las últimas jornadas.
A partir de esa línea de cinco el Betis, probablemente en aplicación de un buen estudio del rival, defendió de modos diversos. En estático el más repetido fue una defensa basculante que adelantaba al carrilero del lado del balón para encimar al lateral de ese lado mientras abandonaba al lateral contrario; pero también se vieron sistemas defensivos en 4-4-2 por retraso del lateral derecho o incrustando al mediocentro.
Durante un buen tramo de temporada el sistema defensivo funcionó bien, y llegó el momento de intentar mejorar el juego ofensivo, espantoso con alguna rara excepción. En las primeras jornadas de Víctor el asunto se había aparcado porque la situación se entendía delicada y los resultados eran buenos. La presencia de Donk como mediocentro –la gestión veraniega de ese puesto por parte de Torrecilla había sido lamentable–, más aún con tres centrales por detrás, permitía pocas exigencias y el aficionado se resignó a no ver fútbol mientras la pelotita entró en la portería correcta.
Pero fue este uno de los grandes fracasos de Víctor, que nunca logró organizar una buena salida de balón. Poco ayudó un (entendemos) error en la colocación ofensiva del equipo: cuando se sale con una línea de tres centrales conviene que en el siguiente escalón haya un número par de jugadores; esto es, además de los dos carrileros, dos interiores (llámeseles mediocentros), como ocurre en el actual Chelsea. Si sin embargo se coloca un solo hombre como mediocentro se puede caer en varios problemas, como fue el caso: que juegue este demasiado cerca del central-central, anulando su salida en conducción y la ventaja numérica en la salida de balón, y que los interiores se abran demasiado, sin apenas pisar los espacios intermedios y sí los terrenos de los carrileros, que acaban escupidos prácticamente a posiciones de extremo. Ambas cosas sucedieron:
La cosa tenía fácil arreglo: añadir (en ataque) a Brasanac a ese segundo escalón del juego, alejando a él y al mediocentro (Donk primero, luego Pardo) del central-central; y dejar la zona de fantasista a la italiana a Ceballos:
Con demasiada gente por detrás del balón, pues era el mediocentro quien solía iniciar la jugada, y sin gente en posiciones interiores –pues Ceballos solía venir muy atrás y muy fuera a pedirla– el Betis corría pocos riesgos pero nunca logró salir desde atrás en ventaja. La única solución fue fichar: llegado el mercado invernal fueron incorporados Tosca, zurdo y con buena conducción, y Pardo como manijero en sustitución de Donk. Obviamente el manejo de balón mejoró, pero el problema no se solucionó. Víctor fue tan inflexible en ataque como era flexible en defensa: casi nunca alteró esa colocación ofensiva, ni menos aún se atrevió a romper su defensa de cinco.
Con el correr de las jornadas se añadió un segundo problema: la
falta de continuidad en la motivación del equipo; si con Poyet se
bajaban los brazos ante los grandes (con resultados tenísticos como
consecuencia), con Víctor, al contrario, se hacía en los partidos feos,
como las visitas a campos sin prestigio, también con feísimas goleadas
como resultado. Y es que Víctor y su equipo técnico nunca parecieron
ganarse la complicidad de los jugadores: lucieron más como tácticos que
como motivadores.
Perdida además la inicial fiabilidad en los partidos de casa, goleadas infames ante equipos como el Alavés y el Leganés acabaron por condenar a Víctor. Su sustituto, Alexis Trujillo, tuvo buenos detalles, pero sería injusto –para lo bueno o para lo malo– juzgarlo por dos partidos irrelevantes en las jornadas de la basura. La ruinosa temporada se había llevado por delante a dos entrenadores y, seguidamente, a otro director deportivo; la 2017-18 habrá que comenzarla, una vez más, desde cero, aunque los nombres de Setién y Serra Ferrer suenan mejor que los de sus antecesores.
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